viernes, 1 de noviembre de 2013

EL NIÑO DEL FAROL

 
 
           Hace mucho tiempo, cuando era niño me sucedió algo que jamás podré olvidar. Aunque han transcurrido demasiados años desde entonces, estoy seguro de que fue real y no una fantasía de mi mente infantil.
          Tenía siete años y mis padres debían viajar fuera de España, así que me quedé con mis abuelos. La casa donde vivían era muy grande y antigua y por las noches, pasaba mucho miedo pues los suelos de madera crujían y a mí me parecían pisadas que subían la escalera y llegaban hasta mi habitación.
          Cuando lo contaba en el desayuno, mi abuelo se reía y decía que era normal que la madera vieja hiciera esos ruidos y, en esos momentos, yo le creía, pero al llegar la noche, olvidaba todas sus explicaciones.
          En la tercera noche que pasaba allí, mis pesadillas se hicieron realidad al ver cómo la puerta de mi cuarto comenzaba a abrirse lentamente. Aferré las mantas y me tapé la cabeza con ellas, aunque dejé una pequeña abertura para poder mirar.
          Alguien avanzaba hacia mi cama con un pequeño farol y yo permanecí completamente inmóvil, sin atreverme siquiera a respirar. Sin embargo, cuando se acercó un poco más, vi que se trataba de un niño de mi edad y el miedo se desvaneció.
          - ¿Quién eres? - le pregunté intrigado.
          El muchacho se llevó un dedo a los labios para que guardara silencio y dejó el farol encima de la mesilla.
          - No hables tan alto. Me llamo Juan. ¿Y tú?
          - Yo soy Alberto. ¿Qué haces aquí?
          - Eso es un secreto. Prométeme que no le dirás a nadie que me has visto.
          - Lo prometo, pero ¿por qué te escondes?
          - Porque he hecho algo malo y si me descubren, me castigarán.
          Al oír estas palabras, en seguida me solidaricé con él y quise ayudarle.
          - ¿Cuál es tu escondite?
          - La buhardilla. Nadie sube allí nunca.
          - Si quieres subiré para llevarte comida.
          Juan sonrió pero negó con la cabeza.
          - No hace falta, tengo muchas reservas. Además alguien podría verte y entonces me descubrirían. Yo bajaré por las noches y conversaremos.
          Ya no volví a tener miedo, pues esperaba con impaciencia la visita de mi amigo. Juan me contaba historias muy emocionantes, jugábamos a las adivinanzas o yo le contaba cosas sobre mis padres que escuchaba fascinado. Él, en cambio, jamás me hablaba de su familia ni de su vida, pero eso carecía de importancia para mí.
          Yo me sentía feliz por tenerle como amigo y me emocionaba que hubiera confiado en mí para guardar su secreto. Por eso, me decía continuamente a mí mismo, que nadie lograría jamas que lo revelase.
          Un día, sin embargo, le desobedecí y subí a la buhardilla porque quería compartir con él un trozo de pastel que había hecho la abuela. Esperé a que se fueran los dos a dar un paseo y subí, pero Juan no estaba allí.
          Le busqué por todos los rincones y le llamé en voz baja hasta que me convencí de que el desván estaba vacío. Entonces, me puse a mirar las cosas viejas que se guardaban allí: espejos estropeados por la humedad, baúles llenos de ropa, cacerolas y frascos de cristal.
          Por fin, rebuscando en un viejo escritorio, di con algo que me llamó la atención. Se trataba de un pequeño marco de plata que guardaba una fotografía de Juan. Me extrañó que la foto pareciera muy antigua, pero estaba tan contento por tener un recuerdo de mi amigo cuando regresara a casa que no le presté mucha atención.
          Guardé la fotografía en el cajón de mi mesilla y cuando Juan vino por la noche, no se la mencioné porque temí que se burlara de mi sentimentalismo. De todas formas, intenté que me hablara un poco sobre él, pero se negó en redondo.
          - Si tratas de averiguar algo sobre mí, nuestra amistad tendrá que acabar - me dijo y yo no volví a mencionar la cuestión.
          Sin embargo, una mañana que estaba desayunando en la cocina, apareció mi abuela con el retrato de Juan en la mano.
          - ¿Dónde lo has encontrado? - me preguntó asombrada.
          - Por ahí - le contesté evasivamente. Pero no pude reprimir la tentación de saber algo más sobre él y pregunté:
          - ¿Le conoces?
          - Sí. Era el hermano de mi abuelo.
          Me quedé petrificado. Eso era imposible, pero ella parecía tan segura…
          - Desapareció cuando tenía más o menos tu edad. Jugando con una pelota rompió un valioso jarrón y al principio, todos pensaron que se escondía para que no le castigaran, pero el tiempo pasó y él jamás regresó.
          Una sospecha horrible cruzó por mi mente y dejando a mi abuela con la palabra en la boca, corrí al desván. Moví todos los trastos hasta que di con una rendija que había entre dos vigas pues recordaba haberla visto el otro día.
          Era tan estrecha que me habría sido casi imposible penetrar en ella. Sin embargo, introduje la mano y toqué algo alargado y duro, que inmediatamente identifiqué con un hueso.
          Entonces comprendí que mis sospechas eran ciertas. Seguramente, Juan se escondió ahí para escapar del castigo y se quedó atrapado. Si alguien subió a buscarlo allí, probablemente, el niño ya estaría exhausto por el esfuerzo de intentar salir y no tuvo fuerzas ni para hablar.
          Cuando le conté mi suposición a la abuela, ella estuvo de acuerdo conmigo y poco después la vi llorar en silencio. De las visitas nocturnas no dije nada porque sabía que nadie me creería.
          Esa noche aguardé a Juan medio asustado, medio emocionado por lo que había descubierto, pero él no vino. Entonces recordé sus palabras: “si averiguas algo sobre mí, nuestra amistad terminará”. Me sentí muy triste porque era el mejor amigo que había tenido nunca y aunque le esperé noche tras noche, jamás volví a verlo.

5 comentarios:

  1. Ay Minu. Qué bonito relato. Me ha gustado muchísimo ¿puedes creerme cuando te digo que he llorado como una magdalena por el destino de este niño? Me has emocionado como ningún libro lo había hecho en mucho tiempo.

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  2. Hola, Paqui. Me alegro mucho de que te haya emocionado tanto, se me ocurrió una noche que me pareció oír pasos en el desván. Besoss.

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  3. Hola, Minu. este cuento me a gustado mucho. Es una pena que el niño muriera, pero me encanto y to también llore.
    Gracias por compartir Minu.
    Besosssss

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    1. Hola, Mª Luisa, me alegro mucho de verte por aquí y que te haya gustado el cuento. Espero que leas más historias porque me gustaría saber tu opinión, besos.

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  4. Ohh, Minu, que historia tan triste, ahora mismo tengo un nudo en la garganta por el destino del pobre niño y al pensar lo que tuvo que pasar el chico, lo aterrado que estaría al ver que no podía salir de dónde se escondió y cómo lentamente iría perdiendo las fuerzas hasta que al final expirara su último aliento.
    Gracias por compartir tus relatos con nosotr@s.
    Besosss

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