domingo, 25 de agosto de 2013

"LO QUE DIOS HA UNIDO..."



         Cuando mi marido murió, creí que no podría soportar el dolor, que no podría seguir viviendo sin él y transcurrido un mes desde su muerte fui a visitar a una bruja. Sí, ya sé que en esta época ya nadie cree en brujas ni hechiceras pero, por aquel entonces, yo vivía en un pueblo pequeño y remoto y en él todavía quedaba una. Acudí a su casa y la imploré un hechizo, algo, no sabía qué, que me permitiese recuperar a mi esposo. En el fondo, sólo esperaba de ella inútiles palabras de consuelo o quizá una pócima que me indujese el olvido, pero estaba equivocada.

          Escuchó en silencio mis ruegos y cuando terminé salió de la habitación sin decir ni una palabra. Yo me sentí como una estúpida, ahí de pie, con los ojos llenos de lágrimas y suplicando por algo imposible. Sin embargo, la bruja regresó pocos minutos después, llevando un cuenco de barro, en la mano. Me explicó que debía quemar en él tantos cabellos como años quisiera que viviera mi marido de nuevo, pero  que cada cabello significaría un año menos de vida para la persona a quien perteneciera.

          Le di las gracias y me encaminé a mi casa pensando cuántos de mis cabellos estaría dispuesta a quemar. Después de dudar mucho, me arranqué cinco cabellos y los deposité en el cuenco, sin embargo, me pareció que tendría a mi marido durante muy poco tiempo; así que salí a visitar a mis escasos vecinos.

          En cada casa que visité me las arreglé para coger uno, dos e incluso tres pelos de las chaquetas que llevaban, de los peines e incluso de la propia cabeza simulando creer que ya estaba suelto. Y acallé los remordimientos diciéndome a mí misma que uno o dos años más o menos carecían de importancia, sobre todo porque nadie sabía lo que le correspondía vivir.

          Cuando reuní cincuenta cabellos me di por satisfecha y procedí a
 quemarlos siguiendo las indicaciones de la bruja. Luego, me senté, en una vieja butaca frente a la puerta, a esperar. No creía que fuera a producirse ningún milagro, solamente me limitaba a esperar. Poco a poco fue anocheciendo y cuando sonó la campana que anunciaba la una de la madrugada oí pasos en el jardín. El ruido me resultó familiar, así como los tres rápidos golpecitos que sonaron en la puerta, y en ese momento me atenazó el miedo. ¿Sería posible que tras la puerta estuviera el hombre que había muerto en mis brazos, al que había velado durante una noche y que yacía enterrado bajo dos metros de tierra?

          El terror se desvaneció en seguida pues me di cuenta de que no podía sentir miedo de alguien a quien amaba más que a mí misma. Me levanté decidida y abrí la puerta y allí de pie estaba mi esposo. Nos miramos fijamente durante un instante y comprobé que su aspecto era el mismo de antes. Solamente noté algo distinto en sus ojos, una especie de vacío, que en ese momento no pude comprender.

De pronto se inclinó y me besó; fue un beso ligero con labios helados, luego pasó de largo y se sentó en la butaca que había junto a la chimenea. Yo me senté a su lado intentando hablar con él, saber qué sentía, pero apenas si me respondía con susurros.

Los días pasaron y todo continuó igual. Su cuerpo seguía siendo el mismo de cuando vivía pero su espíritu no. Permanecía distante y después de ese primer beso, nunca volvió a acercarse a mí. Se pasaba el tiempo mirando el horizonte y al caer la noche, se sentaba en la butaca para contemplar el fuego. Cuando le hablaba, me contestaba con monosílabos  y casi nunca me miraba a los ojos. Y poco a poco, fui comprendiendo el vacío que vi en su ojos cuando vino a mí. Era como si, al morir, su espíritu hubiera volado lejos y al realizar el conjuro, sólo una pequeña parte de él hubiera regresado al cuerpo.

Yo sentía angustia al verle así y muchas veces necesitaba alejarme de él, pues su forma de comportarse me repelía y entristecía a la vez. Sin embargo, este estado de ánimo no duraba demasiado y volvía con más ansias
 que nunca de verle, de tocarle, de saber que aún estaba a mi lado. Y había momentos en los que, incluso, podía imaginar que todo era como antes.

Pero a veces, cuando creía que estaba solo, se reía con una risa que me erizaba los cabellos y aún peor era oírle llorar con roncos sollozos que hacían que algo dentro de mí se rompiera. Cuando esto empezó a suceder cada vez más a menudo, la desesperación se apoderó de mí y llegó un momento en que no pude soportarlo más, así que por la noche, una vez que estuve segura, de que dormía profundamente, me levanté sigilosamente, cogí el cuchillo que había escondido debajo de mi almohada y lo apoyé en su pecho, justo encima del corazón. Respiré hondo y en ese momento, él abrió los ojos y me miró. Yo me sobresalté e intenté echarme hacia atrás, pero él sonrió, y esa fue la primera vez que le vi sonreír en su segunda vida, y cogiendo mis manos me ayudó a hundir el cuchillo en su pecho. Durante un instante, seguí el recorrido de una gota de sangre, roja como el rubí, por su cuerpo desnudo, luego huí de allí.

Corrí por el bosque, bañada en lágrimas, durante no sé cuánto tiempo hasta que, al final, tuve fuerzas para regresar; sin embargo, no entré en la casa y me tendí entre el heno del pajar agotada.

Hacía varias horas que había amanecido, cuando noté que algo tapaba los rayos de sol que habían estado jugueteando por mi rostro. Abrí los ojos y le vi de pie delante de mí, mirándome fijamente con una extraña expresión que no supe interpretar, luego se giró para marcharse pero, antes de que se alejara, pude ver que su pecho desnudo aparecía liso, sin herida alguna.

Al día siguiente fui a ver a la bruja y le pedí que deshiciera el conjuro, pero ella me respondió que yo había conseguido para mi esposo cincuenta años más de existencia y que los tendría que vivir, lo quisiera él o no.

A partir de esa noche en que lo apuñalé, comenzó a alejarse más de nuestra casa y cada vez tardaba más en regresar. Llegó a tal extremo que se marchaba al amanecer y sólo volvía bien entrada la noche. Entonces comencé a sentir rencor y miedo. Rencor porque había sacrificado cinco años de mi vida por él y miedo porque tal vez, en sus vagabundeos, se enamorara de otra mujer y le dedicara a ella los cincuenta años que yo le había regalado.
          Así pasó el tiempo, y yo iba alimentando más y más esos sentimientos que no me dejaban tranquila ni de día ni de noche. Hasta que, al fin, hice lo único que podía hacer. Cuando sonó la campana que anunciaba la una de la madrugada, fui a la cocina a por un cuchillo de cortar carne y un mazo, luego coloqué el cuchillo sobre el cuello de mi esposo y lo golpeé violentamente con el mazo hasta que conseguí separar la cabeza del tronco. A continuación, corté, de la misma forma, los brazos y las piernas y lo introduje todo en la olla grande que utilizábamos en la época de la matanza. Lo cocí durante mucho tiempo, hasta que la carne se separó de los huesos y me lo comí, incluso partí los huesos para chupar el tuétano. Por último, recogí los huesos: el cráneo, los de las piernas, los diminutos de los dedos y todos los demás, y los machaqué hasta convertirlos en un fino polvo que arrojé al pozo del que bebo siempre.

Ahora, por fin, estamos unidos totalmente, somos un solo ser y ya nada ni nadie logrará separarnos jamás.
 

8 comentarios:

  1. Hola Minu me gusto mucho el cuento, pero tengo que decir que la terminación no.
    Es demasiado macabro, repulsivo para mi.
    Gracias por compartir.

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    1. Hola, MªLuisa, me alegro mucho de verte por aquí. Ten en cuenta que el cuento es de terror y tiene que despertar emociones de ese tipo, precisamente, jajaja.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Hola, Billy. Como siempre, consigues captar todos los matices de mis relatos y eso me encanta. Es un placer leer tus comentarios que siempre me animan a continuar escribiendo. Besoss.

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  3. Hola Minu.

    Al final me atreví a leerlo y no tiene nada de miedo, y yo que estaba en si leerlo o no, jajajaj. Es mas bien, sobre la consecuencia de traer a alguien de entre los muertos, puedes resucitar su cuerpo, pero su alma, una parte esencial de esa persona, no puede ser devuelta a la vida. Por lo tanto lo que nos queda es como un cascaron vacio.
    La parte que si encuentro más macabra y en donde creo que realmente se demuestra la locura del personaje, es al final de la historia. Cuando por el temor de que pasara esos 50 años con otra persona, lo descuartiza y se lo come, todo, enterito, sin dejar ni una gota de su sangre, para que estuviera con ella, viviera en su interior. Eso si que da un poco de repelús, jajajaja.

    Grcias por compartir con nosotr@s tus relatos.

    Besosss

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    1. Hola, Ross. Bueno, desde su punto de vista no podía hacer otra cosa, jajaja. Besos.

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  4. uh que denderaaa
    nooo, que asquito al finall! Que goreee!

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    1. No es gore, no me he recreado en la descripción, sólo lo justo, jajaja. Besos.

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