martes, 11 de septiembre de 2012

QUERIDO PADRE




3 de enero de 1917
 
          Querido padre:
 
          Me gustaría que leyera estas líneas que le escribo, aunque sé que no quiere volver a verme. No le reprocho su actitud pues comprendo muy bien la decepción que sufrió cuando vine al mundo, arrebatándole a su amada esposa. Tendría que ser ella la que viviera aún y no un monstruo, un fenómeno de la naturaleza como yo. Sin embargo, mientras le escribo me hago la ilusión de que quizá se interese un poco por mi. Si es así, le ruego que me ayude a encontrar otro trabajo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea, por duro que resulte, con tal de no sufrir ni un minuto más la humillación que supone exhibirme en esa caseta de feria. Todos los días tengo que desnudarme y permitir que toda esa gente me mire e incluso me toque y, peor aún, oír  sus comentarios groseros y sus risas…
 
27 de marzo de 1917
 
          Querido padre:
 
          Le escribo de nuevo para darle buenas noticias, aunque probablemente eso no le importe en absoluto. El caso es que hace una semana, asistió a mi exhibición un prestigioso médico y, al parecer, quedó fascinado por mi caso. Así que, me ha buscado un alojamiento y paga  todos mis gastos; a cambio, sólo me ha hecho unas cuantas fotografías para su archivo médico…
 
8 de abril de 1917
 
          Querido padre:
 
          Las cosas no están tan bien como antes. El doctor ha comenzado a realizar experimentos conmigo, algunos de los cuales resultan muy dolorosos. Además, trae consigo a numerosos estudiantes para que me examinen  y, hablan de mi y me tocan, como si yo fuera uno de los cadáveres con los que aprenden su oficio…
 
19 de junio de 1917
 
          Querido padre:
 
          He dejado al doctor y ahora estoy trabajando en una taberna. Ya sabe que, a pesar de mi terrible secreto, siempre me he sentido un hombre. Sin embargo, he tenido que hacerme pasar por mujer para conseguir este empleo. De momento, no puedo quejarme, aunque tengo que aguantar los pellizcos, los chistes groseros y demás prerrogativas de los clientes, con una sonrisa en los labios…
 
5 de noviembre de 1917
 
          Querido padre:
 
          De nuevo me encuentro en la calle. La semana pasada, uno de los clientes me obligó a acompañarle a su habitación y, cuando descubrió mi secreto, me rajó la cara y me dio una paliza. El tabernero me echó a mi la culpa, por hacerme pasar por lo que no soy, y me despidió. Pero, por favor, no tema que vaya a su casa a importunarle, a suplicar su ayuda. Si le he escrito contándole mi situación, ha sido sólo para desahogarme, sin esperar nada de usted…
 
28 de febrero de 1918
 
          Querido padre:
 
          Ésta es la última carta que le escribiré, pues estoy muriéndome. Me han acogido en el hospital de beneficencia y me han prometido que se la entregarán. No es mi intención que se sienta culpable, ni quiero echarle nada en cara, simplemente quería despedirme de usted, porque, al fin y al cabo, es mi padre y yo, por más que le pese, soy su hijo. Espero que, con mi desaparición, encuentre el sosiego.
 
          Su hijo que le quiere,
 
 
                                       Gabi
 
          Con sus manos arrugadas, cogió el fajo de cartas que había estado leyendo y lo arrojó a la chimenea. Durante un momento, observó los papeles consumiéndose entre las llamas, después tomó la pistola, la apoyó en su sien y cerrando lentamente los ojos, disparó. La cabeza golpeó violentamente contra la mesa y la mano se crispó, arrugando la fotografía que sostenía. La foto de un niño de ojos grandes y luminosos que sonreía.


2 comentarios:

  1. Duro Minu, pero aun asi, con todo lo doloroso que me parecen esas cartas, el final es perfecto.

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  2. Gracias, Victoria. Me alegra que te parezca bien el final. Besoss.

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