viernes, 17 de agosto de 2012

OSCURIDAD


 
Todo es oscuridad a mi alrededor. Vivo en un mundo sin color porque la luz me ha sido prohibida. Sin embargo, la mayor parte de mi vida ha transcurrido bajo la cálida caricia de los rayos del sol y aunque los demás me llamen loco, no he podido olvidar la luz del amanecer.

            Busco desesperadamente en esta negrura algo que pueda semejarse, aunque sea de una forma ínfima a la claridad del día, pero todo es lúgubre en comparación.

            La luna llena brillando en las quietas aguas del lago no deja de ser un pálido reflejo del sol y, sólo cuando se desencadena una tormenta, puedo entrever, durante un instante, el mundo bajo la luz de los relámpagos.

            Pero no es suficiente. Yo no quiero pertenecer a las tinieblas, quiero ir a la luz. ¿Quién me ha condenado a esta existencia de fría oscuridad, de soledad eterna? ¿Por qué se me impide contemplar el color verde de los prados? ¿ o el intenso rojo del cielo durante el ocaso?

            No voy a vacilar más. No puedo renunciar para siempre a la luz como han hecho los demás. Yo abandonaré esta vida fría, miserable…

            ¡La he encontrado! Un pequeño sol de luz blanca, cálida. Tengo que acercarme más. En torno a ella, las tinieblas retroceden, pero yo no me retiraré. Su brillo me fascina y, a pesar del ardiente calor que irradia, no puedo dejar de tocarla. Estoy envuelto en el resplandor y es tal mi embeleso que siento deseos de bailar a su alrededor.

            Poco a poco mis alas se van quemando con el calor, pero no voy a regresar a la oscuridad. Si la comunión con la luz significa mi muerte, que así sea. Prefiero morir consumido por las llamas de mi propio deseo a continuar viviendo atormentado por un anhelo nunca satisfecho.

            Sin alas para sostenerme en el aire, he caído sobre la tierra húmeda. Sin embargo, lo último que han de ver mis ojos, son los primeros rayos del amanecer.
 

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